El lugar que habito: el rol de las comunidades ante la pandemia
En los tres cuentos del Llano en llamas que narran episodios de desastres (sequía, inundación y terremoto) hay un factor en común: el papel de la comunidad. El autor, el mexicano Juan Rulfo,dibuja escenarios desoladores cuya única forma para superar es el apoyo en los vecinos.
La ficción de Rulfo, brillantemente articulada, no se aleja mucho de la realidad. La comunidad es la primera línea de defensa y de respuesta. Por ello, la coordinación de la llamada sociedad civil es uno de los rasgos más importantes en la elaboración de estrategias de reducción de riesgo del desastre.
Es a través de esta labor que las comunidades se fortalecen en casi todos los ámbitos: fondos comunitarios de resiliencia, agricultura y compra de herramientas; reforzamientos académicos; programas de captación de agua; desarrollo de bancos de semilla; y otros muchos más. “Esos son procesos que llevan años en marcha, y que gracias a ellos las comunidades han podido subsistir durante esta crisis. Sin eso, el escenario de la pandemia hubiese sido distinto”, explica Maité Rodríguez Blandón, coordinadora de programas Fundación Guatemala
“La pandemia ha desnudado las limitaciones de respuestas a un desastre complejo. Los gobiernos locales y las comunidades deben interactuar mejor entre sí, ya que los actores locales son los primeros en responder cuando ocurren desastres y la retroalimentación con las autoridades debe implementarse rápidamente para poder hacer los ajustes correspondientes. La reducción del riesgo de desastres local va de la mano con la promoción del desarrollo local sostenible”, asegura María Verónica Bastías, coordinadora de Desarrollo Regional para América Latina de la Red Global de Organizaciones de la Sociedad Civil para la Reducción de Desastres (GNDR).
Rosario Letelier, encargada de Desarrollo Institucional y Gestión de Proyectos de Caritas Chile afirma, por su parte, que la situación actual deja una huella importante en el desarrollo de las políticas de reducción de riesgo desde una perspectiva local y comunitaria. “Nadie se salva solo. Esta crisis nos ha llevado a repensar cómo habitamos cada barrio, cada país, cómo habitamos el mundo. La tarea es multiplicar la solidaridad”, dice.
En su párrafo 36a, el Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres (2015-2030) es preciso acerca de la labor de la sociedad civil: “La sociedad civil, los voluntarios, las organizaciones de trabajo voluntario organizado y las organizaciones comunitarias deben participar, en colaboración con las instituciones públicas, para, entre otras cosas, proporcionar conocimientos específicos y orientación pragmática en el contexto de la elaboración y aplicación de marcos normativos, estándares y planes para reducir el riesgo de desastres, participar en la ejecución de los planes y estrategias locales, nacionales, regionales y mundiales, prestar apoyo y contribuir a la sensibilización pública, a crear una cultura de prevención y a educar sobre el riesgo de desastres, y abogar por comunidades resilientes y por una gestión del riesgo de desastres inclusiva para toda la sociedad que refuercen las sinergias entre los grupos, como corresponda”.
Es decir, la sociedad civil y el trabajo local comunitario son claves en las estrategia de reducción de riesgo. “La sociedad civil y las organizaciones comunitarias son mecanismos de primera línea para enfrentar la pandemia y las crisis del futuro”, explica Raúl Salazar, jefe de la Oficina de Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (UNDRR), Oficina Regional – Las Américas y El Caribe.
Y ha sido precisamente ese trabajo previo, promovido por el Marco de Sendai, el que ha hecho la diferencia en la coordinación de las comunidades. “La sociedad civil ha estado activa, con análisis, compartiendo la situación de la pandemia entre organizaciones y países y generando recomendaciones. La población organizada ha estado activa en los procesos de sensibilización de una cultura resiliente, tiene información real de su comunidad y se relaciona con las autoridades locales”, manifiesta Relinda Sosa, presidenta de la Confederación Nacional de Mujeres Organizadas por la Vida y el Desarrollo Integral (Conamovidi) y representante de Groots Perú.
Sin embargo, los líderes comunitarios enfatizan que aún queda mucho por mejorar. Se requieren, principalmente, más diálogos entre los distintos sectores. “Creo que hay que desmitificar ciertos prejuicios y poder ser capaces de entrar en relación con los otros, comprendiendo que hay potencialidades y capacidades del trabajo comunitario”, explica María Verónica Bastías, de GNDR.
Añade que “desde lo público, en muchos países el Sistema Nacional de Salud Pública creyó primero de que era un tema únicamente sanitario y que se resolvería desde ese ámbito. Y cuando ya la cosa empezó a fallar, obviamente empezaron a tratarlo como una emergencia con un enfoque más integral”.
Por su parte, Carlos Kaiser, director ejecutivo de ONG Inclusiva, asegura que la pandemia también ha mostrado la necesidad de incluir políticas y estrategias de inclusión en las acciones de respuesta. “No podemos quedar en un nivel de teoría sobre la inclusión. Necesitamos inclusión que permita salvar vidas, la dignidad, el poder vivir; necesitamos que en los comités de gestión de riesgo se cuente con la participación de personas con discapacidad, que se aplique un indicador de inclusión en cada medida, política, iniciativa y proyecto”, manifiesta.
La mayoría de los dirigentes de sociedad civil coinciden en que la pandemia de COVID-19 ha sido un torbellino que ha expuesto tanto las fortalezas como las debilidades de las estrategias de respuesta y prevención. Incluso, la pandemia se ha convertido en la mayor vitrina del riesgo sistémico y de la necesidad de tener políticas que aborden los riesgos con la misma complejidad de su naturaleza.
“Los gobiernos deben reconocer las capacidades y potencialidades de todos los actores y comprender que la sociedad civil está ahí para colaborar y para complementar los recursos”, concluye Bastías.